Poesías Eróticas 2

 


Las manos recorrieron el cuerpo lentamente de manera insinuante con la yema de los dedos el sonido ululante al roce de tus cabellos la lengua asomándose entre los labios abiertos, el movimiento de tus senos al respirar agitada mi boca desea alocada pasearse entre ellos seguir con las caricias alimentando ese fuego que anida en lo mas hondo con todo mi esmero provocar que tu cuerpo se transforme en receptor de sensaciones ahí, allá, mas arriba por todas partes y los temblores se incrementan y los sonidos son retumbares y los cuerpos que se tensan para después relajarse espasmos casi infernales de calores y humores todo tu ser trastornado por ese fuego ardiente que te abrasa internamente en lo mas profundo de tu ser y al final un suspiro que te deja displicente.

 

como una imagen preciosa sobre el lecho desmontado por lo que has podido sentir abandonada a lo que te ha hecho viviR

 


Ella me había pedido no sé que cosa, 
para arreglar su escritorio, 
que no pocos días se balanceaba por no tener las patas parejas.

 

Por eso fui,
no de muy buena gana, 
ya casi sería la hora 
de la comida y ella se le ocurría.


Baje al almacén, 
que era grande y espacioso,
lleno de anaqueles, 
sosteniendo cosas 
que se relacionan con el mantenimiento. 


Silbaba para apaciguar mi furia, 
la melodía era lo de menos, 
cuando ella entro.

 

No fue dulce, 
al contrario me reclamo mi demora con las piezas. 


Ella vestía con un pantalón blanco ajustado, 
tanto que se podría distinguir los trazos de su breve ropa interior. 


Empezó a deambular con curiosidad.

Estaba yo ya tan nervioso que no supe ni
porque me había subido a la escalera, 
ella en cambio, a la hora de llamarme, 
sabía bien cual era su plan: 
"Rápido que ese bote de pintura se cae", 
corrí y lo sostuve. 

Ella se puso enfrente de mí, mirando empero, 
más pinturas o simulando que miraba. 
Mientras los acomodaba, por su estatura,
su cabello de miel me quedaba cerca de mi nariz, 
olía muy bien, que hasta hoy no se desaparece el olor mágico.

 

Pero mas aún, cuando ella retrocedió un poco, 
con la idea muy bien definida, 
de que su par de nalgas perfectas haría colisión con mi sexo. 
Yo ya estaba libre de las manos, 
ya había puesto en su lugar la pintura que ella desacomodo,
no tenía razón pues para seguir atrás de ella.

 

Ese contacto de la línea de su trasero con mi glande, 
que hizo despertar mi pene, no me dio 
convicción de quitarme de ahí, 
sino al contrario también disimular. 


Tenía muy seguro que a estas horas no habría nadie, 
y al mirar la puerta del almacén cerrado, me hice más capaz.

Me comentaba que buscaba una pintura 
para remodelar algo, pero que estaba indecisa. 


Me pedía sugerencias, 
ni recuerdo que le mencione, 
estaba más a gusto con ese roce espectacular de sus pompis.

 

Ella era más lista, por ende, 
el accionar de agacharse para simular que había encontrado, 
jubilosa, el color adecuado, 
sabía que me haría sentir más placer de lo que yo sentía, 
pues ella se había percatado 
que no era ya el pene semi erecto 
de los primeros momentos, 
sino que ahora era ya un pene en forma, 
que estaba como un fierro caliente, 
sin recovecos.

 

Y así lo movió. 
Justificando sus movimientos 
con al pretexto de buscar muchas combinaciones. 
Como sólo rozaba la punta de mi sexo, 
este se ponía más endurecido y con el paso del tiempo, 
empezó a escurrir algún líquido, 
que no era semen, 
sino algo preparatorio que tiene los hombres para lubricar la penetración.

Pero no la quería ella, aún no. 


Es cierto que sentía un dulce placer, 
pero no se conformaría sólo con eso. 
Por eso súbitamente se levanto, 
como si se estirase, haciendo que, ahora sí, 
el contacto con su cabellera con mi dos fosas nasales fuera más franco.

Se acomodo el cabello para que mis labios 
no fueran tardos en animarse en juntarlos con su cuello. 
Su epidermis no resistió más, 
y con una docena de pequeños besitos, se erizo. 


Todavía más, cuando mi mano, 
ya sin vergüenza, se hundía en su muslo derecho, 
creo que en el primer momento de pasar mi mano por su sexo, 
aun con ropa interior, 
ella libero el primer jadeo, leve, insinuante.

 

Era una mezcla deliciosa, 
mi pene por atrás invadiendo sus nalgas,
mis manos por su sexo, 
paseándose, arrastrándose, 
sumergiéndose en la humedad de ese hendidura tibia y, 
por fin, la otra, atrapando muy fresca, 
la libertad de ese par de senos. 


Se retorcía, mi boca besaba acuciosamente su cuelo, 
pero ella, a pesar de que no lo hacia mal,
ella buscaba ansiosamente mi lengua, 
que ya coqueteaba en su nuca.

 

Sin cambiar de posición, 
aun con mi pene enfrascado en su trasero, 
muy bien acomodado en medio de ese par majestuoso, 
con posición adecuada, 
porque su mano había ayudado demasiado; 
me dirigió a ese escritorio viejo, 
donde pronto quede acomodado, 
primero semi sentado, 
y con su vista de frente a la mía, después de virarse.

Nos fundimos en un profundo beso, 

precioso mano hurgaba mi espalda,
mi pene, 
y dibujaba el camino de mis vellos provocados de ira

 

 

 

Delmira Agustini (fragmento)

 

Hay manos que nacieron con 
guantes de caricia, 
manos que están colmadas de la 
flor del deseo, 
manos en que se siente un puñal 
nunca visto, 
manos en que se ve un 
intangible cetro; 
pálidas o morenas, voluptuosas 
o fuertes; 
en todas, todas ellas, puede 
engarzar un sueño.

 

 


El peruano César Vallejo

Simplificado el corazón, 
pienso en tu sexo, 
ante el hijar maduro del día. 
Palpo el botón de dicha, 
está en sazón. 
Y muere un sentimiento antiguo 
degenerado en sexo.

 

 


Y no abrió los ojos
Pensaría que me fuera
Que me iría
Pero sus manos fueron como de ciegos
a la mano
Me llevo
Me dejo que subiera
Que no me quedara en el sur
Que no estuviera mirándole los pies
Sacudió la mente
Y ella me llevaba, me guiaba como ciego...
Y me sintió
Ese palpitar de sus manos era bello
sin abrir los ojos
Juzgaba pertinente no abrirlos
Una humedad llovía en su entrepierna
Y sus manos daban forma a mi cara
Acerco sus labios a mi pecho
El olor que desprendía era más que bello
Le gustaba
Entre las cobijas sentía el calor de mi muslo
De mis muslos
Su pierna atrapo mi muslo
al acercarla
No pudo evitar sentir la madurez de mi sexo
El ardor
El calor
El color, inclusive
Sus manos podrían ir, pero prefirió darle forma con sus piernas
Abría las bocas, mordía, mientras los muslos encontraban como frotar aquello.

 

 


No me ames porque quiero, 
no me ames solo por agradar, 
aunque sin tu amor, me desespero, 
quiero ese amor, el del verbo amar.

El amor, ese amigo, 
el amor, ese sincero, 
el amor que siempre estará conmigo, 
es ese el amor que yo quiero.

El amor de un gesto, una caricia, 
el amor de una sola mirada, 
el amor, sentimiento y delicia, 
de un hombre hacia su amada.

Y recordar sus besos dulces como la miel, 
que brotan de sus labios, con sabor a fresa,
mientras mi lengua roza su dulce piel, 
y en mis brazos recibo, a mi princesa.

Y el suave susurro de nuestras voces, 
y la descontrolada respiración, 
con el preludio de nuestros roces, 
nos provocan la excitación.

Nuestras lenguas y dedos entrelazados, 
y los ojos, ambos cerrados, 
nos dejamos envolver enamorados, 
en dulces sueños, muy mojados...

Lo mejor acaba de empezar, 
y estamos en el límite de la excitación, 
lo que viene después, no te lo voy a contar, 
pero lo dejo a vuestra inteligente imaginación.

 

 


Carmen Conde (España, 1907-1996)

¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué 
inefable vehemencia! 
Ser todo esto tuyo, 
poder gozar de todo 
sin haberlo soñado, sin que nunca 
un ligero esperar prometiera 
la dicha, 
esta dicha de fuego que caía 
tu testa, 
que te empuja de espaldas, 
te derriba a un abismo 
que no tiene medida ni fondo. 
¡Abismo y sólo abismo 
de ti hasta la muerte! 
¡Tus brazos! 
Son tus brazos los mismos 
de otros días, 
y tiemblan y se cierran 
en torno de su cuerpo. 
Tu pecho, el que suspira, 
ajeno, estremecido 
de cosas que tú ignoras, 
de mundos que lo mueven

 

 

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